23 agosto 2018

No hemos avanzado

Una historia conmovedora
No hemos avanzado. Dicen que hay perros que tienen escuela, tutores y hasta enfermeras, Firulais solo tiene hambre.

Es posible que Firulais muera como un perro. Debe tener unos setenta años perrunos, lo conozco desde hace unos tres años que me persigue a la hora del desayuno, pues se ha confiado de mi corazón samaritano que a diario le regala una empanada de carne molida.

Es color mostaza con unas manchas entre negras y marrón en el lomo, patas anegradas por una larga vida vagabunda, llena de hambre y de vicisitudes. Siempre me he preguntado si habrá un cielo para perros, seguramente Firulais debe tener un espacio solemne, puesto que no es grosero ni abusador, vela con educación y solo ladra a otros de su estirpe que tratan de invadir su territorio.

El perro fijó su residencia debajo de una carretilla de un frutero que en plena vía pública expende su colorida mercancía, debajo, dormita las horas de calor y humo de carros, de vez en cuando levanta la cabeza y verifica el color de la tarde en sus ojos llorosos.

Está muy solitario desde que murió Lanrove, su compañero de farras interminables y de persecuciones de celo a las perritas que en el trayecto conocieron. Firulais ha estado muy triste desde que su amigo partió. Lo vio morir debajo de las ruedas de un camión del aseo al que Lanrove no escuchó en su sueño matutino, lamentablemente sucumbió en las morochas y su cuerpo fue cremado días más tarde por los vecinos del sector que se quejaban del hedor.

Siempre me ha llamado la atención la vida de los perros callejeros, deambulan sin leyes y sin partidos políticos, se olfatean, se miran entre sí y siguen adelante, entre ellos puede haber peleas aisladas por el celo de una perra, pero más allá de eso, nada. No usan armas, y su mirada en el mayor de los casos es sincera, no todos los perros son traicioneros, no todos padecen de rabia y solo se quejan del hambre. Su sistema inmunológico es un caso de estudio a profundidad, puesto que las enfermedades muy poco les atacan, no hay moquillo, no hay rabia y a las garrapatas no le es apetecible su pelaje.

Viéndolo desde un punto lógico, todos los perros callejeros de este país deberían tener rabia, la segregación y el racismo es tan abrupto como en el de los seres humanos, hay una separación abismal entre un perro y su dueño que, reluciente, viaja en la ventana de un automóvil último modelo y Firulais, que muerto de hambre husmea en la basura. A Firulais lo han bañado con agua caliente, lo han pateado por puro placer, lo han vapuleado por el simple hecho de dormitar bajo la sombra de un árbol.

Muchos de sus compañeros han terminado abaleados por el gatillo alegre de cualquier malandrín de barrio, los han envenenado por perseguir un olor de mediodía, perro pobre, muere pobre en el mayor de los casos, puesto que ninguno tiene la oportunidad de comprar el Kino, para muchos de ellos nacer en la mierda, significa morir en la mierda.

Firulais puede que sufra un destino adverso, así como su madre y sus hermanos que murieron arrollados y destripados por conductores imprudentes, y que al pasar de unos días ya nadie se acuerde de él, aunque es cuidadoso, muchos sustos lo han incitado a mirar a ambos lados de la calle antes de huir o de recibir comida, sabe distinguir el olor de la comida limpia y de la envenenada y huele a metros las intenciones de los transeúntes con los que se topa, sin embargo sabe que hay muchos más peligros con los que no sabe lidiar todavía.

En días pasados fui a una exposición canina, se me arrugó el alma al pensar que a Firulais no le va a alcanzar la vida para llegar ahí, es tan pobre y viejo que la suerte no alcanzó a visitarlo, y de verdad no creo que hayan instituciones que se encarguen de un perro tan viejo y atormentado, no veo capitalismo ni socialismo en el mundo de los perros, lo que sí veo es una gran indiferencia de los humanos hacia los animales de la calle, debe ser fácil morir como un perro, no hay lágrimas ni familia, no hay los pormenores que acarrean la desaparición física de un ser querido a nivel humano, sin embargo sé, que Firulais extraña a Lanrove, muchas veces lo veo levantar la cabeza y mirar el contexto, atiende al estallido de un perro que ladra atemorizado y lo persigue una piedra; debe pensar en él, puesto que siempre lo veo muy solo caminar por las aceras, parece estar vencido por el peso del tiempo y del hambre.

No hemos avanzado. Dicen que hay perros que tienen escuela, tutores y hasta enfermeras, Firulais solo tiene hambre. No le he visto miedo en los ojos ni siquiera la vez que un “ser humano” le lanzó un petardo y lo hirió en la paleta trasera, lo vi agazaparse bajo un contenedor a maniobrar con el hambre y la arrechera, no se quejó, solo se escondió. Días más tarde lo curamos entre varios y le dimos comida, en su mirada pude oler que nos miraba con la misma tristeza que debemos sentir en algún momento por otro, él sabía que lo estábamos curando y alimentando, pero que solo sería ese momento, luego se olvidarían de él como siempre.

La mayoría de los perros que vemos en las cunetas a punto de estallar (la única vez que los vemos gordos) debieron tener una vida desgraciada, no les dio tiempo de conocer la misión Nevado, ni a Asodepa ni a nada que se le parezca. Mueren asustados y lánguidos. Firulais al menos tiene la esperanza de mí y de otros dos que a diario le regalan la empanada que tanto le gusta, toma en un balde el agua del sudor de un aire acondicionado, no come pañales sabe distinguir entre los huesos de pollo y los de costilla, a estos últimos los lame a los otros los tritura.

Además, creo que intuye cuando va a llover porque abandona su sitio debajo de la carretilla y se muda a un galpón abandonado que conoce aledaño.

No creo que todavía haya registros de perros que han decidido suicidarse, si esto fuera cierto, hubiesen suicidios en cadena, no todos tienen la capacidad para soportar tanto, incluso, por menos de lo que pasa un perro hay gente que se suicida; debe ser terrible para un perro no poder trabajar y fraguarse su comida, no poder hablar, no poder gritar el hambre, la sed, la intemperie, la incertidumbre, pasamos al lado de un perro y no vemos nada, solo un montón de huesos y pulgas porque no nos da para más allá, no hay una capacidad para saber leer en los ojos de un perrito: qué le duele, cuántos días de inanición lleva, cuántos charcos ha visitado buscando agua.

Por eso en mis cavilaciones siempre pienso en Firulais, en lo dura que debe ser su vida vagabunda, hasta dónde podrá llegar su tristeza, de no haber podido conocer el amor o a unos hijos, esto posiblemente lo estoy especulando, puesto que jamás lo he visto enamorado, debe ser su edad, o la impotencia, quizá su prudente decisión de no traer más cachorritos a sufrir a este mundo. Pienso en su hambre cuando siento la mía.

Sé que Firulais morirá como un perro, llegará el día en que no lo vea más, quizá sea de un día para otro, tal vez lo vea atropellado y abandonado hinchándose en silencio. Lo cierto es que a diario, le regalo su empanada, no quiero llevar la tristeza más adentro, ni cargar con culpas, por falta de conciencia. Ojalá dure mucho, aunque nadie soporta mucho tiempo toda la vastedad de la calle sin almuerzo, no veo individualismo, veo soledad y abandono, no cabe tanta indiferencia en un solo perro, debe ser por eso que hay tantos por ahí mendigando. Hoy decidí tener la conciencia más tranquila que ayer; hoy, en lugar de una empanada, le di dos.

Solidarios con la naturaleza
La misión Nevado es un proyecto colectivo y revolucionario, enmarcado en el movimiento animalista y ecosocialista, que busca integrar la inclusión de los derechos animales y los derechos de la madre tierra en la ética del hombre y de la mujer nuevos. Consideran que para lograr una nueva humanidad, no es suficiente con cambiar las relaciones económicas de producción sino que también es imprescindible cambiar nuestra relación con la naturaleza

Fuente: Aquí

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